Ayahuasca: La fiesta del amor, la fiesta del perdón

Publicada en Yaconic el 09 de abril del 2020 

Distintos tipos de Yagé

—Existen cuarenta y tres diferentes tipos de Yagé —nos dice Hipólito Muchavisoy, quien está sentado en una silla de camping. Hipólito es un taita del pueblo Inga del Putumayo, tendrá unos sesenta años y su piel morena contrasta con su cabello cenizo.

Viene acompañado de Dévora Mutumbajoy, su esposa, quien está recostada en un colchón inflable, Nicolás Losada discípulo de Hipólito, Leo y Sara Vasquez entre otras personas.

—Lo que vamos a tomar el día de hoy es Tigre-huasca —continúa. El Yagé tiene diferentes nombres como Loro-husca, Indi-huasca, Cielo-huasca. La diferencia radica principalmente en la antigüedad del Yagé, así como en la preparación. Hay Yagés que provocan viajes más profundos, otros ligeros y hay algunos que te dan visiones.

—Dentro de Tigre-huasca, existen tres diferentes variedades. La de primer nivel es muy rápida y dura mucho tiempo. Esa sólo la toman los abuelos.

Hipólito toma una bolsa de plástico y saca una botella que contiene un líquido espeso y oscuro, parecido a lodo y se lo pasa a Nicolás, quien además de tocar canciones medicina, lleva doce años tomando Yagé con Hipólito, encaminándose como sanador.

—Si hay alguien que tenga enfermedades del corazón, debe de decirnos para poder calcular la dosis. Si hay alguien que esté tomando medicamentos, antibióticos o pastillas psiquiátricas como antidepresivos, debe de decirnos también.

—También las lunas —complementa Hipólito— si hay alguien que va a tomar y está en su lunación debe decirnos porque son energías muy fuertes: Podríamos salir enfermos todos.

Mientras Nicolas comienza a servir un caballito, Hipólito nos dice a modo de reflexión: —El Yagé es la fiesta del amor, la fiesta del perdón.

Intencionar la toma de Ayahuasca

Cuando uno ingiere la medicina se le da una intención a la toma, ya sea para trabajar algo en particular o para que la medicina revele algo. Como era mi primera vez con el Yagé, Nicolas sirvió la mitad del caballito, dijo algo a la boca del vaso y me lo pasó.

“Quiero sanar mis generaciones pasadas y futuras”, dije mentalmente y lo tomé de fondo. El sabor era parecido a café con cacao y tierra, ligeramente espeso. Regresé a mi lugar y me recosté sobre el sleeping bag esperando que hiciera su efecto. Observé la luz de la veladora que estaba frente a mí y recordé que mi hermana y mi mamá habían prendido una veladora también para que me pudieran acompañar durante el viaje.

Mientras pasaba el resto de la gente, sus sombras se proyectaban alrededor de la Maloca por las veladoras. Al terminar, nos quedamos en silencio y estuvimos así durante largo tiempo, meditando.

Escuché un aleteo de libélulas y recordé las palabras de Hipólito —el efecto del Yagé comienza con un zumbido. Cerré los ojos y tuve la sensación de sumergirme dentro de mí: Era un collage de imágenes, como comerciales de televisión que se iban destruyendo en una espiral y supe que era mi “identidad” construida a partir de fragmentos. Después, se me revelaron fractales de colores. A diferencia de otras sustancias, el viaje del Yagé es habitado por la sabiduría de la planta, por lo que uno no está sólo, sino que es acompañado por su ubicuidad.

—Por favor, revélame de dónde vengo— le pedí. Sentí que subía al espacio, y me invadió una sensación de vértigo. En la oscuridad topé con un límite e intuí que era el inicio de mi vida. Fui más allá y se me reveló un universo completo de figuras geométricas que interpretaba como los constructos básicos del universo.

El Yagé me dijo: —ven, te mostraré cómo se crea la vida. Y me llevó más profundo, donde había partículas infinitamente pequeñas. Después comencé a escuchar un coro celestial, y me sentí sobrecogido: Estaba ante la presencia de Lo Sagrado.

Escuché un sonido nocturno, subterráneo y al abrir los ojos vi a Nicolás soplando ligeramente la armónica. Cerré los ojos y vi una serpiente negra con ojos rojos. Abrí los ojos nuevamente para escapar de las visiones y al centro de la Maloca percibí una batalla de espíritus.

Era primero de noviembre: finalmente se había abierto el Xibalba. Escuché a Hipólito roncar y pensé: somos el sueño del chamán. Entonces me comencé a disolver en un viaje comunal. Percibía el sufrimiento y el gozo de las otras personas; era una experiencia mística, colectiva, dionisiaca.

Después de unas dos horas de viaje sentí que comenzaba a regresar lentamente y el Yagé me dijo: “Bebe un poco más, aún no hemos trabajado lo que pediste” y esperé dos canciones para comprobar que ya no sentía ningún efecto. Cuando Nicolás dejó de tocar la guitarra me acerqué.

—¿Podría tomar un poco más de medicina? —le dije.

—Claro que si. Nicolás tomó un termo blanco y me sirvió la medicina. “Quiero sanar a mis ancestros y a mis futuras generaciones”. Al pasar el trago, me supo más terroso que el anterior.

Muerte y renacimiento

—Volví al sleeping y mientras Nicolás y Leo tocaban, comencé a viajar nuevamente. Me quedé viendo el techo de la Maloca y las ramas del techo crecían y cambiaban de tono, pasando de café a amarillo abruptamente. A mi lado estaba Mauricio, un joven que había viajado de Tuxtla y no había traído cobijas, chamarras o sleeping bag. Noté que la estaba pasando mal así que le ofrecí mi cobija.

Continué viajando y de pronto el viaje se comenzó a tornar más denso. Sentí que me derrumbaba, que me desvanecía. El Yagé me dijo “no temas, es tu ego que tiene miedo”. Para poder ver lo sagrado, es necesario disolver el ego y el Yagé lo acechaba. Sin embargo, el ego se escondía en mis miedos más profundos.

Los cantos medicina comenzaron a mezclarse con mi viaje. En la tradición Inga tocan música mientras la medicina está actuando, pero no todas las tradiciones lo hacen. Por ejemplo, más cerca del Amazonas no la usan ya que los indígenas no tienen necesidad de música: su proceso lo hacen con la naturaleza porque la música está en la selva.

Se dice que en las ciudades hay mucha contaminación y es lo que hace que la gente grite y se sienta mal cuando hace efecto el Yagé; es una especie de limpieza. Por eso es importante la música en las grandes ciudades. Con la música medicina fui arrancado de mi identidad, pasé a formar parte de todos.

Y sentí temor. El Yagé me hablaba —No temas. Es el ego el que tiene miedo, se agarra de donde puede. Pero tú no eres eso, tú eres amor, esencia pura. No tengas miedo, entrégate.

Intenté entregarme, pero vi el abismo y tuve la sensación de espanto: me disolvía, me desvanecía de mí mismo, me desintegraba. El lenguaje me comenzaba a abandonar. Observé la veladora y recordé que mi madre me había dicho que el hijo de una actriz murió en una toma de Ayahuasca.

Comencé a pensar que estaba ahí, a propósito, sin nadie acompañándome. Moriría en medio de desconocidos para sanar a mis antepasados y a mis futuras generaciones. Yo sería el Cristo que sería crucificado para exonerar a mi linaje. El viaje de muerte es común cuando se toma Yagé.

Sara, por ejemplo, sintió que moría para después renacer. El Yagé te pone al extremo con tus sensaciones y te muestra en que estás fallando. Y al darte cuenta de esto uno se libera. Ese es el poder de sanación.

Intenté recostarme para tranquilizarme, pero Mauricio balbuceaba. Decía cosas inteligibles y después se dirigía a Nicolas: —¿Por qué no dejas de tocar? ¿por qué no mejor nos quedamos en silencio y nos conectamos con la mente? Después me volteaba a ver y me decía: —Ya quiero que se me baje, ¿tú no?

Yo me sentía en el borde del abismo y no podía controlar mi viaje. Voltee a mi derecha y había alguien con un sombrero negro y saltaba con los brazos abiertos, completamente entregado. Pensé en lo que me había dicho un amigo, quien ya había consumido la medicina anteriormente: Déjate ir, si sientes ganas de bailar, baila.

Si tienes ganas de cantar, canta. Si tienes ganas de llorar, llora. Así que saqué fuerzas y me levanté. Me puse al frente de Nicolas y Leo. Mientras bailaba, tuve una epifanía: viajé por varios universos posibles, traspasé la barrera tiempo y espacio y me di cuenta que ese momento estaba destinado a suceder. Era como si fuera una semilla que había estado ahí durante mucho tiempo esperando germinar. Estaba ahí por una sola razón: para entregarme.

El Yagé seguía persiguiendo a mi ego, quien se escondía en todos mis miedos, en todos mis dolores. Hasta que encontró mi punto más débil: el miedo a la muerte. La medicina me dijo: —Pediste curar a tus ancestros y a tus futuras generaciones, entrégate —pero me rehusaba, no podía irme de este mundo, tenía que resolver varias cosas aún. No podía ser el sacrificio que esperaba.

Sentí un tirón en el estómago. Me acerqué a la cubeta y vomité. Y del chakra raíz sentí una bola densa que a medida que vomitaba subía por mi estómago. Vomitaba y pensaba en mis ancestros y en las futuras generaciones. Cuando uno sana, rompe con el dolor transgeneracional y se convierte en el antepasado que ayudó a curar las futuras generaciones.

Después de un rato, me sentí débil. Invoqué mentalmente a mis amigos y familia en quienes encontraba fuerza. Tirado en el slepping bag, con la cabeza recostada en mi mochila, agonicé durante un buen rato. Y me entregué. A medida que moría, me purificaba.

Apareció la imagen de un Ave Fénix resurgiendo de sus cenizas. Con las piernas aún temblorosas atravesé la Maloca hasta la puerta. Destrabé el pasador y al salir, la luz del sol me encegueció. Vi los cerros de Tepoztlán poblados de un verde intenso, puro y el aire, centelleante, me calaba en la cara.

Experimenté una conexión íntima con la naturaleza. Intentaba controlar mis manos temblorosas mientras llenaba un termo con agua, pero esta se derramaba sobre la mesa. Alguien tocó el caracol dentro de la Maloca y los perros aullaron.

Alguien tocaba la guitarra, otro más tocaba los tambores y la gente cantaba y danzaba alrededor del centro de la Maloca. Sentí el impulso y me puse a danzar en un baile colectivo. Me sentía renacido, sublime, incorrupto.

—Cuando entramos a un proceso de Yagé, tratamos de vivir de una forma distinta a la que ofrece el mundo de las ciudades. Ese mundo es materialista. Las fiestas son en bares, con drogas, con alcohol y de pronto uno se da cuenta que no tiene verdaderas amistades— me cuenta Sara— nuestras fiestas no son fiestas en bares sino con la medicina, con cantos, con música.

Esas son fiestas de alegría, de amor. Aprovechamos el tiempo e intentamos entender la vida en un sentido más profundo. Y hay celebración, con música, con cantos, con danza. Por eso decimos que el Yagé es la fiesta del amor, la fiesta del perdón.

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